Lograr cambiar ciertos aspectos vitales fuertemente arraigados no es un trabajo fácil. Nuestras manías, malos hábitos o vicios nos persiguen día a día, pero dejarlos atrás requiere de cierto método y dedicación. Cambiar es difícil y es muy sencillo tirar la toalla cuando vemos que hemos fracasado en nuestros esfuerzos. Pero la realidad es que el hecho de esforzarse en cambiar es de por sí un progreso.
Los cambios vitales no se hacen, generalmente, de la noche a la mañana. Cuando, por ejemplo, nos planteamos cambiar de trabajo, no basta con decir a nuestro jefe que estamos hartos y nos vamos de la empresa, tenemos que buscar alternativas, pensar qué otro trabajo queremos hacer, con qué recursos contamos, y qué consecuencias tiene nuestra decisión. En definitiva, un cambio vital no es un arrebato, es un proceso.
Cuando nos planteamos transformar algún aspecto de nuestra vida cada paso que damos en la consecuencia de nuestro objetivo supone un escalón más en el cambio. Durante este camino es fácil que demos un paso en falso y retrocedamos un peldaño, pero aún así habremos avanzado en nuestro intento. Los errores deben ser entendidos como una oportunidad pues, al fin y al cabo, nos ayudarán a hacerlo mejor en futuras ocasiones.
Los cinco estados del cambio
Aunque se ha escrito mucho sobre cómo conseguir un cambio en nuestra vida, una de las estrategias más utilizadas es la que desarrollaron en 1977 los psicólogos James Prochaska y Carlo DiClemente, conocida como Modelo Transteórico de Cambio Conductual (TTM, por sus siglas en inglés). Según esta teoría las personas que necesitan un cambio están siempre en uno de los cinco estadios que contempla el modelo. Cada fase prepara a la persona para alcanzar el siguiente peldaño, pero se necesitan estrategias distintas según se esté en uno u otro.
EL TTM es, de largo, el modelo más utilizado en lo que se refiere a problemas sanitarios, en concreto adicción al alcohol, el tabaco y otras drogas, pero, en realidad, puede aplicarse a cualquier situación para la que se requiera un cambio significativo de estilo de vida, ya sea perder peso, ser más agradecido o cambiar de profesión.
1. Precontemplación
En el estadio precontemplativo los individuos no son conscientes de que necesitan un cambio en su vida y ni siquiera lo desean. Esto se debe principalmente a dos razones: o bien se ha fracasado con anterioridad, y se ha renunciado a la posibilidad real de cambiar, o no se ha identificado en ningún momento el problema. Para superar este estadio, que suele ser el que más se prolonga en el tiempo (muchas veces de por vida), los individuos deben darse cuenta de que tienen un problema y que necesitan un cambio para solucionarlo. Esta toma de conciencia respecto a la situación debe salir de uno mismo, pero en multitud de ocasiones se logra gracias a un empujón exterior, ya sea gracias al consejo de familiares o amigos, las advertencias de los medios de comunicación o el propio sistema educativo, sobre todo en el caso de niños y adolescentes.
2. Contemplación
En este estadio la persona es más o menos consciente de que necesita un cambio, pero todavía no ha tomado las medidas para acometerlo. En esta fase, los individuos reconocen que tienen un hábito poco saludable, que tiene consecuencias negativas, pero todavía están valorando si merece la pena intentar cambiar su comportamiento.
Mucha gente permanece en este estadio toda su vida. Una persona puede saber, por ejemplo, que levanta demasiado la voz de forma injustificada, algo que a veces le da problemas, pero realmente no hace nada por solucionarlo, pues piensa que “no es para tanto”. Otras personas, sin embargo, sólo permanecen en este estadio dos o tres días, pues se lanzan enseguida a cambiar su comportamiento.
Independientemente de cuánto tarde uno en intentar cambiar, el aspecto positivo de estar en este punto es que el problema está identificado, lo que permite aprender sobre lo que se está haciendo mal y, en cualquier momento, tener el impulso de pasar al siguiente peldaño. Además, una vez alcanzado este punto, el individuo es más receptivo a recibir ayudas externas. Si, por ejemplo, alguien es consciente de que debe perder peso, será más permeable a las personas que le animen en su tarea. Muchos psicólogos utilizan para este estadio la clásica lista de “pros y contras”, que hace ver a la persona en qué medida puede un cambio mejorar su vidas.
3. Preparación
En esta etapa del proceso las personas empiezan a hacer planes efectivos para cambiar, ya sea en búsqueda de métodos, información o ayuda especializada. Por ejemplo, alguien con un problema de control de la ira, puede dar este paso yendo a un terapeuta, o una persona que quiere perder peso, apuntándose a un gimnasio.
En este estadio es importante reconocer que tipo de ambientes nos empujan a que aparezca el hábito o comportamiento que queremos evitar. Volviendo al ejemplo anterior, si tenemos un problema con el control de la ira, lo mejor será, al principio, evitar las situaciones que nos vuelven irascibles. Asimismo, es importante empezar haciendo planes realistas. Si una persona, por ejemplo, decide cambiar de oficio, no es lógico que corte por lo sano con todo lo que hacía anteriormente, entre otras cosas porque podría ser peor quedarse sin ningún tipo de trabajo. En estas ocasiones es preferible plantearse la situación de forma coherente, pensando, en este caso, en la posibilidad de conseguir un trabajo de media jornada que te permita lograr en un futuro un cambio real de profesión.
4. Acción
En este estadio se debe poner en marcha el plan que se ha trazado en la etapa anterior. La persona empieza a hacer el cambio deseado, tratando de lidiar con los desafíos que van apareciendo en en el desarrollo del mismo. Para tener éxito, se necesitan estrategias que nos ayuden a mantener nuestros nuevos hábitos y comportamientos, sin recaer en aquello que queremos evitar. La lista es interminable: podemos mantener un diario, pedir a nuestros amigos que nos ayuden, meditar sobre nuestras acciones, mantener charlas con especialistas…
5. Mantenimiento
Una vez que se ha logrado el cambio deseado –según estos especialistas, algo que se puede dar por hecho tras permanecer seis meses en el estadio cuatro sin experimentar un retroceso­–, el trabajo se debe centrar en conservar y disfrutar lo que se ha logrado. Siempre se puede experimentar una recaída. El propio modelo está diseñado en ambos sentidos: se puede retroceder desde cualquier estadio del proceso. Dependiendo de la envergadura del cambio vital que queramos acometer las recaídas pueden ser muy numerosas, pero siempre debemos pensar que el esfuerzo no ha sido en vano: si has conseguido aprender algo de la regresión que te puede ayudar a ser menos vulnerable en el futuro, significará que estas mejor preparado para acometer el siguiente intento.
[Via ElConfidencial]