Los días en los que John Dillinger o Bonnie y Clyde asaltaban sucursales bancarias ametralladora en mano han quedado definitivamente atrás. Los últimos datos hechos públicos por el FBI muestran un contundente hundimiento del número de atracos a bancos en Estados Unidos, que han pasado de más de 5.000 en 2011 a 3.870 en 2012, la cifra más baja en décadas. Se trata del reverso positivo del aumento de ‘ciber atracos’ que marcan la pauta en el siglo XXI.
Expertos en seguridad bancaria y exagentes del FBI consultados por el ‘Wall Street Journal’ coinciden en señalar que los delincuentes se están dando cuenta de que entrar a punta de pistola en unas entidades cada vez mejor protegidas empieza a ser un mal negocio: mucho riesgo y poca recompensa. “Si cada vez hay más transacciones electrónicas, es normal que los atracos también se estén volviendo electrónicos”, señala Doug Johnson, vicepresidente de la Asociación de Banqueros de América.
Si bien los robos electrónicos han provocado pérdidas mayores que los físicos en términos económicos, al menos se ha reducido notablemente la violencia: en los últimos ocho años, el número de muertos y heridos en asaltos se ha reducido un 40%. Las cifras más altas datan de 1991, un año en el que se registraron 9.400 robos en bancos de Estados Unidos.
El siglo XXI ha traído una nueva generación de atracadores más jóvenes y sofisticados que han preferido poner su mirada en las operaciones ‘online’. “Saben que es una opción mucho más lucrativa y menos arriesgada”, señala Jeff Lanza, exagente del FBI. Y es que, desde 2001, las denuncias por ‘cibercrímenes’ se han quintuplicado, y la Asociación de Banqueros de América calcula que los delincuentes se hicieron con cerca de 1.800 millones de dólares en 2010 mediante fraudes de cheques y tarjetas de crédito. Mientras tanto, las cantidades por atracos personales no alcanzan los 30 millones de dólares en el último año.
En respuesta a este cambio de paradigma, el FBI ha centrado sus actuaciones en el ámbito de lo digital, dejando que sean las autoridades locales las que se encarguen de poner coto a las andanzas de los imitadores de los forajidos de la Gran Depresión.