Un gatito, un plato de sushi y la foto de un café. Las típicas fotos del popular servicio Instagram inundaban los móviles de los usuarios. Era muy divertido. Tal vez, un tanto saturados con Twitter, Facebook o LinkedIn, algunos buscamos refugio en una incipiente red social en la que los usuarios de todo el globo publicaban sus fotos, su visión del mundo, lo que estaba sucediendo ante sus retinas en aquel momento. Todo valía. Un pié, un delicioso manjar que el usuario iba a abordar o bien un dorado amanecer.
Las fotos reflejaban el espíritu del usuario e Instagram permitía establecer una relación no necesariamente equilibrada entre seguidores y seguidos. Este popular servicio creado por Kevin Systrom encandilaba a los usuarios del iPhone, primero, y luego extendió sus tentáculos entre el universo Android.
El éxito no parecía conocer fronteras y la red social fotográfica seguía creciendo en usuarios y fotos almacenadas en sus servidores. La idea era brillante: cada usuario tomaba una fotografía con su ‘smartphone’ y la subía a esta red social donde sus seguidores la votaban con un ‘like’ y la comentaban, en un servicio que se situaba a medio camino entre Facebook y Twitter. En mayo de 2012 se hizo público un dato que nos daba una idea de la magnitud de esta creciente start-up: se subían una media de 58 fotos por segundo. Háganse a la idea. Lo mejor del servicio era que se integraba con Twitter y Facebook, si el usuario lo deseaba, y así se difundía su contenido por estas redes sociales logrando un efecto multiplicador.
En este cuento de hadas, el peculiar Systrom iba acumulando clientes por millones pero como suele suceder en estos meteóricos proyectos, seguía sin ver un duro. Instagram era un servicio gratuito y no contaba con ninguna fuente de ingresos. No había servicios ‘premium’ ni publicidad, y posiblemente ésta ausencia de incómodos ‘banners’ contribuía en gran medida a su éxito. El usuario medio de la red está cada vez más acostumbrado al gratis total, o al menos a modelos de negocio poco invasivos o que aporten valor añadido al usuario (véase, Evernote). Pero no. Systrom y compañía estaban ahí para hacer caja y quedó patente el 12 de abril de 2012, cuando Facebook adquirió esta pequeña compañía convirtiendo en multimillonario al joven californiano. Pez grande come al chico.
Las polémicas condiciones de uso
Los creadores de Instagram salieron rápidamente al paso de los rumores que se desataron tras la compra: nada cambiaría y los usuarios podrían seguir dando rienda suelta a ese fotógrafo que llevaban dentro sin ninguna cortapisa. Pero los temores de los instagrammers no eran fundados.
Es posible que Instagram mantuviera vivo el espíritu libre y emprendedor de los que arrancan en California, pero Facebook era ya un coloso que había borrado sin contemplaciones el romanticismo de los inicios. Zuckerberg y su equipo estaban ahí para ganar dinero, y el máximo que pudieran. Motivación legítima y comprensible, pero que arrastraba consigo las peores artes de la conocida red social. Ya saben que Facebook siempre ha estado en el ojo del huracán por la controvertida explotación que hace de la información que los usuarios aloja en sus servidores.
Pues bien, la misma medicina aplicada en Instagram, y en ración doble. Esta semana el nuevo Instagram ha publicado sus nuevos TOS (Terms of Use) en un texto que pondrá los pelos como escarpias a más de uno. Por resumirlo a grandes trazos y siendo efectivo a partir del próximo 16 de enero: Instagram cederá todos los datos personales de sus usuarios a Facebook y ésta tiene vía libre para suministrárselos a terceros, pero posiblemente la medida más espinosa consista en que cualquiera de sus fotos podrá ser empleada como anuncio sin que usted tenga ningún derecho sobre ella.
Imagine un retrato de sus hijos protagonizando una campaña comercial. Ante este panorama no es de extrañar que haya comenzado una fuga de usuarios a otros servicios, y en este sentido Wired ha publicado una guía para ayudar a cancelar la cuenta y descargar todas las fotos. El asunto ha ido a mayores, hasta el punto en el que el propio Systrom tuvo que salir al paso con una declaración a última hora de la noche de ayer en la que explica que todo se debe a una “confusión” en la interpretación del lenguaje legal empleado y que ni se van a vender las fotos de los usuarios, ni éstos van a perder su propiedad. ¿Tranquilizador?
[Via ElConfidencial]