El alzhéimer es una de las enfermedades que más preocupan a la sociedad occidental, en cuanto que cada vez afecta a más personas de avanzada edad. En España se registran al año unas 12.000 muertes relacionadas con la dolencia, una cifra que dobla a la del año 2000. Por ello, cada vez se destinan más recursos económicos a investigaciones relacionadas no solo con una hipotética cura de la enfermedad, sino también con un diagnóstico temprano que permita ponerle solución desde las primeras fases del problema. Se cree que esto puede permitir el desarrollo de entrenamientos cognitivos y de fortalecimiento de la memoria que si bien no hacen desaparecer la enfermedad, sí retrasan su desarrollo.
Esta misma semana, dos estudios publicados en la revista científica americana Journal of the American Medical Association han alumbrado nuevos métodos que pueden permitir el diagnóstico de la enfermedad, y que se relacionan con las placas que se forman en el cerebro una vez han aparecido los primeros síntomas de la enfermedad. ¿En qué consisten concretamente estas herramientas predictivas?
Si duermes mal, quizá tengas alzhéimer
La falta de sueño genera múltiples problemas, a los que la ciencia presta cada vez mayor atención. Si recientes estudios señalaban la relación directa entre las pocas horas de sueño y el aumento de peso (dormir sólo cinco horas por noche durante una semana puede hacer ganar casi dos kilos si no se realiza un control estricto sobre lo que se ingiere) ahora son los vínculos con el alzhéimer los que se han puesto de manifiesto.
La pérdida de sueño o las interrupciones del mismo pueden ser una señal temprana de alzhéimer. Del mismo modo, también un sueño escaso puede causar también alteraciones cerebrales que lleven a la enfermedad. El estudio ha sido dirigido por David Holtzmann, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, que ya había realizado investigaciones en este terreno en las que se demostraba que la privación crónica de sueño en ratones aceleraba el proceso de la enfermedad. La causa parecía provenir de una proteína, la orexina, que sirve para regular el ciclo de sueño y que podía tener un efecto clave en la génesis de estos trastornos. Para Holtzmann, la orexina podía ser uno de los nuevos objetivos de los fármacos para tratar el alzhéimer, una de las ramas de la investigación clínica en la que más dinero se está invirtiendo en los últimos años.
El estudio de la Universidad de Washington en San Luis ha señalado que la falta de sueño está relacionada con los niveles de la proteína amiloide. Para ello, analizaron los hábitos de sueño de 145 personas sin problemas cognitivos aparentes, de edades comprendidas entre los 45 y los 75 años, durante un período de dos semanas en el que tomaron nota de todos sus hábitos de sueño. Todos ellos durmieron una cantidad de tiempo semejante, pero era la calidad del mismo la que cambiaba sensiblemente. Su sueño era menos reparador y les costaba más caer en los brazos de un sueño profundo.
Los que dormían peor tenían un mayor nivel de amiloides (cuya cantidad era conocida de antemano), pero sin embargo no presentaban otros síntomas propios del alzhéimer, por lo que los investigadores señalan que la incapacidad prolongada de disfrutar un descanso adecuado debería conducirnos al médico, ya que puede ser que estos altos niveles estén interfiriendo con nuestro sueño.
Vigila los niveles de líquido cefalorraquídeo
Otro estudio de la Universidad de Minnesota presentado este mismo mes se centró en el análisis del líquido cefalorraquídeo (LCR) de 107 adultos, que se extrae de la médula espinal. En este caso, la mitad de ellos ya sufrían los primeros signos del deterioro cognitivo propio del alzhéimer. El grupo de investigadores se centró en dos componentes concretos de la proteína: el trímero beta-amiloide y el beta-amiloide 56. Como se esperaba, sus niveles eran mucho más altos entre aquellos que padecían ya los síntomas del alzhéimer y mucho más bajos entre los que no los sufrían. El nivel de estos compuestos aumentaba con el paso del tiempo, por lo que los investigadores llegaron a la conclusión de que reducir o incluso eliminar su segregación podría ser una manera de ralentizar los síntomas de la enfermedad.
Estos dos nuevos métodos abren nuevas vías de investigación, tanto para atajar con celeridad el deterioro cognitivo como a la hora de desarrollar nuevas medicinas que puedan, en el futuro, retrasar (o curar por completo) la enfermedad que afecta con mayor frecuencia a la Tercera Edad.
[Via ElConfidencial]