De entre los replicantes que se tratan en la novela distópica ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), la obra que dos décadas después daría lugar al Blade Runner (1982) de Ridley Scott, Rachael es la que rompe la norma. A diferencia de sus congéneres, que tienen plena conciencia de su naturaleza sintética, Rachael posee recuerdos de la infancia, lo que le hace creer que es humana.

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Tiene que ser Deckard, el viejo y descreído Blade Runner, quien le ponga los pies sobre el suelo. Es un pasaje memorable: “¿Recuerda esa araña que vivía en un arbusto justo a su ventana? Tenía el cuerpo naranja y las patas verdes. La vio tejer la tela durante todo el verano. Un día apareció un huevo en ella… el huevo eclosionó…” “Y salieron cientos de crías de araña que se la comieron”, completa Rachael entre sollozos. Ella jamás había contado su historia a nadie y el hecho de que Deckard la conociese solo podía significar que sus recuerdos eran prefabricados.
Tiene que ser Deckard, el viejo y descreído Blade Runner, quien le ponga los pies sobre el suelo. Es un pasaje memorable: “¿Recuerda esa araña que vivía en un arbusto justo a su ventana? Tenía el cuerpo naranja y las patas verdes. La vio tejer la tela durante todo el verano. Un día apareció un huevo en ella… el huevo eclosionó…” “Y salieron cientos de crías de araña que se la comieron”, completa Rachael entre sollozos. Ella jamás había contado su historia a nadie y el hecho de que Deckard la conociese solo podía significar que sus recuerdos eran prefabricados.

Philip K. Dick, el autor del texto, establece que los recuerdos, y por extensión la conciencia de la propia existencia, es el matiz que siempre separará a un humano de una máquina. Rachael es el modelo experimental que marca la línea del caos; a partir de su existencia, los límites de la humanidad se desdibujan entre líneas de código y emociones surgidas de la inteligencia artificial.
Naturalmente, nuestra sociedad aún no ha alcanzado las elucubraciones de Dick. Pero, avanzar, hemos avanzado. La semana pasada la revista Time reportaba un caso insólito: el teleoperador robot que niega serlo. Pese a que se trata, obviamente, de un software de reconocimiento de voz dotado de la inteligencia necesaria para vender un seguro, afirma llamarse Samantha West y ser humana. Ante la pregunta “¿eres un robot?”, Samantha niega una y otra vez, entre risas de suficiencia, ser un robot.

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